La teoría sobre las campañas de comunicación política o de marketing político, como se les denomina, plantean algunos basamentos que los actuales candidatos presidenciales siguen al pie de la letra como si fuera la panacea, guiados, obviamente por los infaltables gurúes de la especialidad que pontifican sobre el tema. En ese contexto, los árboles ya no dejan ver el bosque y confunden a la opinión pública.
La cosa es más simple de como lo plantean los políticos metidos en estrategias de comunicación, nublados por la politiquería y también más sencillo que como lo plantean los especialistas, enredados en teorías complejas. Entre ambos complican al candidato y lo proyectan de manera equívoca ante el electorado, llamado “la señora Juanita”, por el presidente Lagos. (dicho sea de paso, ese concepto que se encuentra en el antiguo libro de publicidad “Casi todo lo que sé de publicidad” de Joaquín Lorente, no es muy novedoso y se llama María).
La comunicación política tiene más de sentido común que nada. Requiere de buenos observadores de la realidad, con instinto de oler lo que pasa con las personas y depender menos de las encuestas (hasta a la Coca Cola le falló una investigación de mercado) para entender lo que piensa la gente.
Un concepto básico en publicidad es “la gente compra las cosas que conoce”. Nada más simple. Ahora la pregunta es: ¿Qué conoce la gente de los candidatos a presidente de Chile, aparte de las discusiones, enredos y ambiciones de la alta política? ¿Conocemos un proyecto de país en las distintas áreas que son más sensibles para la población? ¿Cuales son las propuestas concretas y específicas de la aparecida señora Bachelet, del vociferante señor Piñera o del repetido y desperfilado candidato Lavín? ¿Qué les van comprar los electores? ¿Los entienden?
Los electores deben tener muy claro la opción que le conviene al momento de darles el voto. Para ello los candidatos deben presentar un estilo de campaña y una oferta, sabiendo con precisión hacia donde apuntan, con una línea dirigida a un objetivo claro. Con síntesis y concreción. Algo que no se ve por ningún lado.
Esa debería ser la preocupación actual de los candidatos y sus asesores y no olvidar que de tanto repetir los mismos y anticuados conceptos, éstos pierden efectividad y para el ciudadano común el lenguaje político pasa a ser parte del paisaje, por lo tanto no escuchado, pasando por arriba de sus cabezas. No basta con mirarse el ombligo en la sede del partido ni creerse los vitoreos, los aplausos y los palmoteos de los incondicionales.
La simplificación de las cosas a un nivel de gente normal, al lenguaje de la calle, es la base de la comunicación política para hacerse entender, o si no la gente no puede decodificar y menos hacer suyo el mensaje que se le propone.
El mundo real, y que va a votar en las próximas elecciones, está en la calle sufriendo, viviendo, llorando, sonriendo, opinando de las cosas que le pasan y las situaciones que lo afectan, son lo más importante. Un simple dolor de estómago de un hijo le importa mucho más que las declaraciones o problemas de un político. Así de simple. El votante necesita ver credibilidad y simplicidad para que entienda y pueda hacer su juicio de valores. Pero no, los políticos siguen mirando con su óptica de cuatro paredes y los especialistas en comunicación elaborando y discutiendo complejas teorías que no le interesan a nadie.
Nos encontramos, además, que ninguno de los candidatos presidenciales tiene estatura de gobernante, sólo dependen del manejo mediático y eso habitualmente los lleva a cometer errores comunicacionales. La preocupación principal en la carrera presidencial debería ser, justamente eso, tomar altura de estadista y representar lo que quieren ser: presidente de Chile. El resto viene solo y la gente se los agradecerá. Mientras tanto sigamos viendo tele para ver si entendemos algo.
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