¿Se ha fijado como una dueña de casa recomienda a una amiga el producto que ella usa o como, un domingo, un señor limpia y "mima" su auto nuevo, o peor…como lo mira?
La relación que se establece entre un producto y el consumidor es muy similar a la química que se produce cuando una persona conoce a otra y se enamoran. No hay razones ni explicaciones. Todo es emocional. La cosa pasó porque tenía que pasar. Es una relación en que se dice: “me gustó y, me gustó nomás”.
Surge la atracción. Y por ahí va la clave. Toda esta extraña situación se da en la mente y en el corazón de los consumidores, porque el producto está satisfaciendo una expectativa. Porque ese producto fue creado y pensado para satisfacer deseos y no necesidades, entendiendo por tal, a la forma en que las personas se imaginan, piensan y hasta sienten por un producto. Es aquello que satisface mas plenamente lo que la persona estaba esperando. Un concepto global. Final.
El “amor” imaginado está ahí. No importa lo real. El producto imaginado es del consumidor. Es la interpretación que realiza de una situación real y que se va dando a través de un proceso que puede ser más rápido o más lento, según las circunstancias distintas que se vayan presentando desde cuando hicieron el primer contacto. Como el romance entre una pareja real. Por lo tanto, la relación romántica entre producto-consumidor o persona-persona se da en el subjetivo plano de los sentimientos personales. Cada uno es distinto del otro.
El consumidor selecciona las señales que le emite ese producto o marca y las combina de una manera diversa, sacando significaciones inexistentes, que no están, pero que por su química personal cree percibir y le atribuye ciertos aspectos reales. Esta imaginería y el deseo van de la mano. En ese momento es lo mejor…el más lindo…el que cumple todas sus expectativas.
¿Curioso, no? Pero así es.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario