El profesor Robert Tucker de la Universidad de Princeton adjudicó al dictador soviético José Stalin la creencia de que “de todos los monopolios ejercidos por el Estado, ninguno sería tan crucial como su monopolio de la definición de las palabras. La última arma de control político sería el diccionario”.
El británico Benjamín Disraeli había dicho en el siglo pasado que pocas ideas son las correctas, y nadie puede asegurar cuáles son. “Pero es con palabras que gobernamos a los hombres”.
Dicho de otra manera: la infiltración y manipulación semántica es un proceso por el cuál se llega a adoptar y adaptar el lenguaje para describir una realidad política. Es perfectamente previsible que se usen indebidamente las palabras para ocultar la verdadera naturaleza de un hecho con el cuál se quiere desinformar a la opinión pública.
Este comentario tiene estrecha relación con la incapacidad que tiene la gran mayoría de la gente de conocer la fuente de los hechos y de comprender el verdadero significado de las palabras, comentarios y opiniones emitidos por una autoridad del Estado.
Confucio decía: “Si el idioma no es correcto, lo que se dice no es lo que queremos decir. Si lo que se dice no es lo que se quiere decir, lo que debe hacerse sigue sin que se haga. Si esto sigue sin hacerse, la moral y los actos se deterioran. Si la moral y los actos se deterioran, la justicia se desvanece. Si la justicia se desvanece, la gente se encontrará en una confusión impotente. Por lo tanto no debe haber arbitrariedad en lo que se dice. Esto es más importante que todas las otras cosas”
Esta manipulación semántica ocurre cuando se trata de explicar, por ejemplo, el error en la identificación de los restos de detenidos desaparecidos realizada con graves fallas por el Instituto Médico Legal o de los casos de corrupción en el Ministerio de Obras Públicas, pero sin explicar nada.
También lo vemos cuando el gobierno anterior anunciaba pomposamente los grandes proyectos que nunca funcionaron adecuadamente o se postergaron como los Tribunales de Familia, la jornada escolar completa, el plan Transantiago, el plan Auge, la píldora anticonceptiva de emergencia, el plan de Prevención y Descontaminación de Santiago, la Plaza de la ciudadanía, etc. Solamente fue la utilización del lenguaje con maestría para hacer creer que las “instituciones funcionan”.
Esta “jerga nueva” mediante la cuál se dan nuevos significados que son virtualmente la antítesis del verdadero sentido de las palabras dan la impresión que las cosas se realizan correctamente cuando en el fondo se esta construyendo una realidad en base a un lenguaje que “representa esa realidad" pero que no es la realidad de lo que verdaderamente ocurre y la desprotegida ciudadanía cree en las palabras dichas porque “vienen de un autoridad que lo dijo en la tele”.
Es lamentable que en Chile el control político se esté realizando con el diccionario,algo que seguiremos viendo a diario ante cualquier situación que sea causa de conflicto.
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