domingo, abril 30, 2006

El mito, la mentira y el hecho



Continuando con el post anterior existe un tema preocupante que se refiere a la desinformación y la manipulación del lenguaje que esta ocurriendo en nuestro país. La prensa habitualmente se remite a informar en base a declaraciones oficiales y generalmente no profundizan en la investigación cuando los temas afectan al Estado o también a las grandes empresas, remitiéndose a repetir lo dicho por autoridades o personalidades, en términos condicionales. Esta situación lleva a que la población se encuentre indefensa ante los contenidos manipulados de los medios de comunicación.

Por ejemplo: sobre el caso de la errada identificación de los cadáveres de los detenidos desaparecidos por parte de un organismo de gobierno, la presidente Bachelet intenta con su discurso cambiar ingenuamente la dirección y enfoque de los cuestionamientos, diciendo: “El drama que hemos enfrentado todos estos años es la herencia de una dictadura, donde hubo silencio, tortura, ocultamiento de información y atropello a los derechos humanos”.

Con esas declaraciones busca desviar la atención del tema de fondo, cambiar el sentido del debate y desinformar sobre el tema principal: la responsabilidad de la Concertación y sus autoridades en la materia indicada.

Frases como: “los muertos no son nuestros, los desaparecidos no son nuestros” (mitos nacionales del pasado), “el hecho que haya errores de carácter administrativo, judicial o en algún peritaje es una cosa que puede suceder”, “la Concertación ha demostrado una línea de continuidad en materia de derechos humanos” (mitos conquistadores del porvenir), no representan “el tema”, sólo se pretende burdamente con ello desviar la atención sobre el problema principal y sacarlo del contexto original con argumentos retóricos.

El mito, la mentira y el hecho son tres puntos importantes en materia de comunicación propagandista. El uso perverso de las técnicas de la difusión de masas con representaciones ideológicas y sentimentales al mismo tiempo, actúan directamente en el alma de las muchedumbres al hacer creer que esa autoridad de Estado, ese jefe de partido político “nos representan” no sólo al defender nuestros intereses, sino al asumir nuestras pasiones, nuestras preocupaciones y nuestras esperanzas.

No es sano hacer pasar una situación por realidad a cualquier precio, es decir, sustituir hasta en sus menores detalles la realidad por otra a la cuál se deben plegar los hombres y los hechos. No basta con dar títulos, tan sonoros como sea posible, y sensacionales, es decir demagógicos. Llega un momento en que la gente ya no quiere que se le cuenten más historias y comienzan a exigir hechos, cifras, testimonios.

No se pueden disimular los muy graves peligros que resultan de esta “contaminación informativa” que vive nuestro país en este hecho mencionado y muchos otros que la ciudadanía solamente conoce a medias.

El “atiborramiento de cráneos” está en plena vigencia y en democracia.

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